13 octubre 2007

Jeremías Marquines


















mencionado por
Álvaro Solís

menciona a
Francisco Magaña
Citlali Guerrero
Osvaldo Orgaz
Carlos F. Ortiz
Armando Alanís Pulido



bio-bibliografía

Jeremías Marquines Castillo, nació el 15 de agosto de 1968 en Villahermosa, Tabasco. Hizo estudios de filosofía y letras hispanoamericanas. Radica en Acapulco, Guerrero, donde ejerce el periodismo.Tiene publicados los siguientes libros: El ojo es una alcándara de luz en los espejos, (poesía). Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 1996. Los frutos de la voz, ensayos sobre la obra de Carlos Pellicer, coautor, Fondo Editorial Tierra Adentro, México 1997.
La palabra infinita, ensayos sobre la obra de José Gorostiza, coautor, Fondo Editorial Tierra Adentro, México 2001, entre otros. Ha obtenido el Premio Clemencia Isaura 2003, Mazatlán, Sinaloa y el Premio José Carlos Becerra 2000, Villahermosa, Tab.



poética

Mi cosa de escritura es sólo la afirmación de que la poesía es un no sé, que busca no sé qué rayos. Entiendo el poema como un sistema de instantes incumplidos que exigen cierta voluntad de ánimo para ordenarse.
Estoy seguro que poema sin atmósfera no es poesía, y que siempre estamos obligados a regresar humildes a lo elemental.
Por último, me tiene sin cuidado cómo escriban los demás y mucho menos me interesan las ciencias oscuras de las definiciones de la poesía. Entiendo que un oficio que no divierte hay que dejarlo.



poemas


de Bordes Trashumantes


He aquí que me echas hoy de la
tierra, y de tu presencia me
esconderé, seré errante y
extranjero en la tierra; y
sucederá que cualquiera que me
hallare, me matará.

Génesis 4.14; Antigua versión de
Casiodoro de Reina
y Cipriano de Valera



Merodearon, arriscando las
puntas de los pies según se ha
visto hacerlo a ciertos
merodeadores sobre barras de
hielo, sobre polvorines más
tarde, para curarse de esa
frialdad de cuño circense.

Jesús Gardea.
Los viernes de Lautaro.


I


Quizá regreses, quizá no vuelvas nunca.
Preguntas con tus ojos si afuera está
lloviendo porque te falta el aire.

Tus ojos igual a dos charcos pequeñitos
donde espero junto a migrantes afligidos
la incandescencia del alba.

Preguntas si ya comió el gato que
sueña tiburones abajo de la mesa.

Sospechas del viento que conversa con bestias
milenarias en los derruidos andenes de tu pecho.
Te incomoda el silencio de la respiración
que envía señales erráticas a tus labios.

Preguntas si ya comió el gato.

Afuera el día se quita su escafandra.
Avanza por un sendero de magnolias igual a una
muchacha desnuda que entrega besos azules a las aves.
No olvido que estás en esa balsa de sabanas blancas
que difícilmente haces flotar con tus manos.

No olvido que tu cuerpo es un pétalo volando.

Tu cuerpo, que un día fue ciruelo bautizado
contra el viento en el agua feliz de Dios.

No olvido tus manos en la pequeña estufa
donde dejaron de brillar tus ojos, igual que
una playa sola.

Tus manos como una pared desnuda que
me han sacado al mundo en una pérgola
de hojas de plátano junto a un río que pide
a Las Gaviotas una lápida decente.

Preguntas si ya comió el gato.

Ves a tu hijo arreglándose para irse
a tomar una fotografía.
Afuera deben estar los otros.
Sé que quieren venir pero no pueden.

Pienso que aún podemos salir a buscar
reliquias paganas y comer fruta a los
pies de un ídolo desnudo.

Como siempre, tu irás al frente de la expedición y
me enseñarás los nombres secretos de las plantas.

Pero no se puede orar entre cortinas verdes,
y ya no quiero comenzar todo de nuevo.

Preguntas si ya comió el gato.

Afuera los niños deben estar saliendo de
la escuela. El grito de los vendedores de
paletas, la risa sobre la hierba. Los coches
mirándose enojados.

En días como hoy extraño el olor del río.

Me siento en esta silla a escuchar tu corazón.
A ver pasar un viejo tranvía por tus venas.
A ver en la vida el centelleo de una ola y
preguntar de nuevo si ya comió el gato.






II


Madre, en Altar me pusieron ojos de coyote
atados con cáñamo nuevo.
Centellean como un arroyo pedregoso en medio
de platanares que nadie sabe cuando han muerto.

Debo responder que no sé, mis ojos de coyote
no hablan en voz alta; se bambolean tranquilos
en una palangana donde algún día
cantaron las ranas en tiempo de seca.

Sólo ven las blancas mesas de la tarde.
El paso de las trocas como una página ciega,
el ir y venir de migraciones despeinadas
que se esfuman al cruzar un río.

En Altar, el amor, no es tan resistente.

Hay días que se abrazan
a los árboles de la plaza
como niños pequeños.

Hay días que nos separan un poco
y no sabemos a donde nos llevan.

Hay días que se hospedan para siempre
en habitaciones mixtas de tres dólares.

En Altar, madre, nos detuvimos un poco
y tengo que regresar a despedirme.

Los días nos separan como a cualquier
otro que aquí, no tiene nada.








III


Nos detuvimos un poco en Altar de los coyotes.
Así dejamos libres las trocas al amanecer.

El puño del sol se bambolea pesadamente.
Muy contentos le sonreímos a los arbustos,
a las piedras que también buscan ser felices.

El sol es risueño porque tiene trabajo.

Yo soy carpintero y construyo casas
con mis manos de madera sin pintar,
con mis manos con aliento de ron.

Pero aquí no hay nada para mi, sólo el
hambre como un Dios a la intemperie.

El tole-tole que nos mantiene vivos
llevándonos donde las reses fantasmales
del ardiente son sacrificadas.

El sol es risueño porque tiene trabajo.
Yo soy carpintero y construyo casas.

A veces también mordisqueo helechos que
crecen en las cercanías tu sexo donde dejo
la herida de mis besos, mi avidez
de ave renegada.

El agua de tu sexo me mantiene vivo.

Arriba el sol puede ser una canoa de
cedros balbuceantes,
un hacha de sílabas
que enseña sus retoños,
un asterisco que muere borracho;
pero aquí no hay nada para mi.
Soy carpintero y construyo casas.




IV


En Palomas mi sueño descansa bajo
tres árboles mientras llega un coyote.

Una estatua de Pancho Villa galopa
a toda velocidad con una pistola
apuntando hacia el norte.

El viento aquí es un aburrido ronroneo
del infierno puesto a mitad de un río.

Del otro lado un anciano hipnótico me
mira y pienso en recuperar mi identidad.

Fumo Delicados y con un sorbo de tequila
me atrevo a balbucear la tonada
de una rola que traigo del terreno.

Hay iguanas rondando en mi cabeza.
Cierro los ojos y pregunto si el diablo
ya se fue. Hay suficiente arena
en el ardiente para tentar a Dios.

Pienso seriamente en recuperar mi identidad.

Sé que nos hundimos, pero a de ser
el ruido del tren que nos deja solos.

El rumor de las pequeñas sastrerías que
abren sus puertas para zurcir corazones
a las dos de la mañana.

Se que nos hundimos pero ha de ser
el viento. Mi corazón que conversa
con coyotes de frentes despeinadas.
Las tetas de mi mujer, han de ser,
punzándome la espalda.
Sus piernas que son mi arrepentimiento.

Sé que nos hundimos. Porque extraño la
sensación de estar rodeado por tu sexo.
Tus ojos que se van.

En Palomas, sé que vendrá un coyote
volando sobre una corona de espinas.




V


Entonces parecía el viento como que
alguien pulsara una guitarra, y ya
nadie pudo detener las

soledades. Por la calle principal se fueron,
lo mismo que todas las demás cosas.

Resentidos con la autoridad, el rum rum
de la tarde sonaba descompuesto.

Soñar se valía, no más mucho
para no disparejar la compostura de las cruces.

El mundo no valía aquí más que el del otro:
aspiraciones hartas, sólo la luz
por ser cosa de todos.

¿De qué otra forma pueden estar los muertos?

Mejor era cerrar los establecimientos,
desmantelar los ruidos de la casa, las
desobediencias,

las visiones. Empacar las mañanas de amor de
agosto, el sudor de las sábanas; el ronroneo
de tu sexo, injurioso hasta la melancolía.

Mejor expulsar los barroquismos,
los churriguerescos de la piel que
alimentaron oficios de increíble lejanía.

Borrar las huellas por la falta de triunfos,
desfigurar las resistencias, esterilidad de lo
furibundo, como la hacen ver.

Alabanza de los espacios vivos,
mejor que discernir hemisféricos paréntesis
de macho rencor.

Enzaraparse en los esquemas, en los trazos
cotidianos que nadie desconoce, y volver
a la mesa incurriendo en la falta de laureles,
seguro de proveer lo necesario.

Idear hay que, minialismos
conducentes a socavar la densidad del
paisaje con objetos baratísimos de oriente.

Candidez de mozos amanuenses que
suelen otorgarse a tales iniciativas.
Desolación galáctica hay en neoliberales
oficios.

¿De qué otra forma pueden estar los muertos?

Menester desvalijar estampas subversivas con
indiferentismo de actuario, dejar sin cobertura
hasta los nombres propios, configurar las aguas
viscerales de los mundos íntimos, que alimentan
con espirituoso egoísmo la médula de los aconteceres.

¿De qué otra forma pueden estar los muertos?
si el viento parece que pulsa una guitarra,
viniendo en demasiado fuerte.




VI


Todo era y no lo suficiente.

El viento como un animal que se alimenta.
Las nubes rotas por visiones solitarias.
La huella de mis manos en tus nalgas
protegidas por libélulas de plata.
Tus senos donde saltan carpas blancas.

Todo era y no lo suficiente.

Aferrarse a los chorros de agua
muertos por las balas de lo amargo.

Herirse con la clara arena donde
la espuma intacta sus secretos.

Hundirse en el aliento que aguarda
en las puertas de las casas, junto a
iguanas ociosas que castigan los regresos.

Todo era y no lo suficiente.

Tus manos buscando vestirse de jazmines.
Tus ojos donde el Señor tiende la luz que es Él.
La habitación donde tus piernas reconstruyen la
ardiente pared del Sur como la resurrección de Dios.
El viaje gangrenoso a las fronteras que nos
lleva a donde todo es, y no lo suficiente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

el mejor o de los dos o tres mejores poetas de su generacion, sin duda

Anónimo dijo...

me gustaron tus textos... suerte en la presentación de tu libro!!

guadalupe ángela

Anónimo dijo...

Saludos cordiales, he leido sus notas sobre la politica en Guerrero, por las cuales dedusco su afinidad por Angel Aguirre,o bien por la izquierda de Guerrero, de la cual tambien soy seguidor, lo felicito por eso. Espero saludarlo en alguna ocasion.