mencionado por
Yohanna Jaramillo
menciona a
Fabio Morábito
Óscar Oliva
Eduardo Lizalde
Jorge Fernández Granados
Eusebio Ruvalcaba
Marco Antonio Jiménez
Alfredo García Valdez
bio-bibliografía
Miguel Gaona (Saltillo, Coahuila, 1984). Poeta y promotor cultural. Ex estudiante de informática y literatura. Ha publicado el poemario Raíces de sangre y oro (La Fragua, 2005), además de textos diversos en las revistas Sol de Agua, La Humildad Premiada, Tierra Adentro, en el suplemento Laberinto de Milenio, entre otros medios como periódicos y suplementos de cultura en el estado. Obtuvo la Presea Manuel Acuña 2007, otorgada por el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo. Coordina actualmente el área de literatura del Instituto Coahuilense de Cultura.
poética
poemas
NUEVA SANGRE/5
tienes aroma derrapante,
olvidadizo y olvidable
hueles a veces a jazmines, cuando te busco en el jardín,
y a humo y a esperanza cuando espero el autobús
en la avenida
a veces el olor que emana de tu pecho
es parecido al de una ropa recién nueva
y otras parece pleno de lavanderías
tu aroma es errabundo,
solitario, vagabundo
hueles a viaje y a equipaje,
a polvo y guardapolvo
tienes aroma a lluvia arrepentida
de caerse
pero a pesar de todo,
a pesar de escaparte casi siempre,
a pesar de no atrapar tu aroma
y a pesar de no hallar
ni por vía de sabuesos
tu rastro perdedizo,
eres mía,
como siempre se son
un olfato acucioso
y una flor muy oculta,
mutuamente
INMERSIÓN
para Alejandra
más que un desertor,
un hombre del desierto.
su complexión se desdibuja
bajo el iris de la sal que lo revuelve,
entre los peces que alimentan su descomposición.
su mirada está fija en el fondo de las aguas
antes de eso,
fue tirado del barco por una tempestad.
las olas lo cercaron
como guardias del rey de un ajedrez marino.
era de noche y la luna quebradiza
urdió los claroscuros, espontáneo tablero.
las olas lo cercaron como en caza
del rey de un ajedrez distante.
o un peón fugitivo, o un alfil que extravió
lo oblicuo del camino
a escasos metros nadan los bañistas.
ignoran la tragedia del ahogado, su vaivén natural sobre las aguas:
derrelicto, tabla de salvación para otro náufrago,
balsa de carne y hueso sobre un mar caníbal
lo último que vio del mundo
fue a una mujer y un niño salvos en la arena.
luego vinieron la andada sobre el barco,
el golpe de los vientos cardinales,
la luz cegadora de la sal
y el ruido de los peces
—y ahora es un pez sacado de la mar
a otro acuario infinito
mucho más que un desertor,
un desterrado.
y un festín inusual para la masa turbulenta.
y un pequeño reborde en la serena superficie
es curioso decir
cuántos kilómetros separan su desierto del mar,
y cómo el mar consume su distante desierto al consumirlo
el ahogado se mece como arista rota del gentil oleaje.
el cardumen preside sus exequias de rey de un juego abandonado
un hombre del desierto.
su complexión se desdibuja
bajo el iris de la sal que lo revuelve,
entre los peces que alimentan su descomposición.
su mirada está fija en el fondo de las aguas
antes de eso,
fue tirado del barco por una tempestad.
las olas lo cercaron
como guardias del rey de un ajedrez marino.
era de noche y la luna quebradiza
urdió los claroscuros, espontáneo tablero.
las olas lo cercaron como en caza
del rey de un ajedrez distante.
o un peón fugitivo, o un alfil que extravió
lo oblicuo del camino
a escasos metros nadan los bañistas.
ignoran la tragedia del ahogado, su vaivén natural sobre las aguas:
derrelicto, tabla de salvación para otro náufrago,
balsa de carne y hueso sobre un mar caníbal
lo último que vio del mundo
fue a una mujer y un niño salvos en la arena.
luego vinieron la andada sobre el barco,
el golpe de los vientos cardinales,
la luz cegadora de la sal
y el ruido de los peces
—y ahora es un pez sacado de la mar
a otro acuario infinito
mucho más que un desertor,
un desterrado.
y un festín inusual para la masa turbulenta.
y un pequeño reborde en la serena superficie
es curioso decir
cuántos kilómetros separan su desierto del mar,
y cómo el mar consume su distante desierto al consumirlo
el ahogado se mece como arista rota del gentil oleaje.
el cardumen preside sus exequias de rey de un juego abandonado
LAS COSAS PEQUEÑAS
para Eusebio Ruvalcaba
cuando tu hermano te picó
por accidente con aquella jeringa
y tú sentiste ese dolor profundo que no podía expandirse
no pensaste qué vendría después,
y jamás te había importado el color de la hierba
al secarse, resecarse y encenderse,
o cuánto exacto polvo saldría de una piedra al machacarla.
no te habías preguntado si los latidos de tu corazón
podrían de alguna forma acelerarse más
en la inmovilidad que en la movilidad
es decir: la infancia se llenó de otras pequeñas cosas
que ahora recuerdas imperfectamente,
como la mecedora que rompiste al saltar sobre tu abuelo,
o la primera vez que tu nariz sangró
con la abundancia que hoy resulta inocua,
o a tu prima desnudándose tras una toalla
para que ustedes, todos, los niños y las niñas,
le pusieran la lengua sobre el cuerpo
y la admiraran como a un gato o una ardilla agonizantes
es decir,
la infancia no es el centro palpitante de tu corazón
sin vida, como tanto te gusta repetirte
(siempre tan triste, tan melodramático):
la infancia es un fenómeno ocurrido
en un tiempo y un lugar seguros
y hoy no estás más en un lugar seguro,
aunque vivas de nuevo en esa casa,
ni del todo inseguro, es cierto,
pero la circunstancia
y el fenómeno mismos circulan con tu sangre
como un temblor ligero en las quijadas,
un frío repentino y seco entre los dedos,
y una ocasión fugaz, latente, de que
o de que
o de que tal vez
no corres más por ese monte que ya no es un monte,
no besas más el brazo de tu abuelo al abrazarlo fuerte
(no podrías distinguirlo mezclado en ese polvo),
y no eres más aquello que un día fuiste
(ni volverás a ser aquello que un día fuiste)
y cuando tu hermano te enterró aquella jeringa
y tu única inquietud fue no decírselo a tus padres;
y cuando encendiste un pastizal reseco
para ver elevarse el humo desde lejos,
y cuando en machacar las piedras más pequeñas
no había sino un impulso de mansa destrucción,
era porque tu pecho se agitaba mucho más
en la movilidad que en la inmovilidad,
y porque aún no era posible una memoria miserable,
y tu espíritu se elevaba y se expandía
con la sola incandescencia del verano, de la risa y de la libertad
por accidente con aquella jeringa
y tú sentiste ese dolor profundo que no podía expandirse
no pensaste qué vendría después,
y jamás te había importado el color de la hierba
al secarse, resecarse y encenderse,
o cuánto exacto polvo saldría de una piedra al machacarla.
no te habías preguntado si los latidos de tu corazón
podrían de alguna forma acelerarse más
en la inmovilidad que en la movilidad
es decir: la infancia se llenó de otras pequeñas cosas
que ahora recuerdas imperfectamente,
como la mecedora que rompiste al saltar sobre tu abuelo,
o la primera vez que tu nariz sangró
con la abundancia que hoy resulta inocua,
o a tu prima desnudándose tras una toalla
para que ustedes, todos, los niños y las niñas,
le pusieran la lengua sobre el cuerpo
y la admiraran como a un gato o una ardilla agonizantes
es decir,
la infancia no es el centro palpitante de tu corazón
sin vida, como tanto te gusta repetirte
(siempre tan triste, tan melodramático):
la infancia es un fenómeno ocurrido
en un tiempo y un lugar seguros
y hoy no estás más en un lugar seguro,
aunque vivas de nuevo en esa casa,
ni del todo inseguro, es cierto,
pero la circunstancia
y el fenómeno mismos circulan con tu sangre
como un temblor ligero en las quijadas,
un frío repentino y seco entre los dedos,
y una ocasión fugaz, latente, de que
o de que
o de que tal vez
no corres más por ese monte que ya no es un monte,
no besas más el brazo de tu abuelo al abrazarlo fuerte
(no podrías distinguirlo mezclado en ese polvo),
y no eres más aquello que un día fuiste
(ni volverás a ser aquello que un día fuiste)
y cuando tu hermano te enterró aquella jeringa
y tu única inquietud fue no decírselo a tus padres;
y cuando encendiste un pastizal reseco
para ver elevarse el humo desde lejos,
y cuando en machacar las piedras más pequeñas
no había sino un impulso de mansa destrucción,
era porque tu pecho se agitaba mucho más
en la movilidad que en la inmovilidad,
y porque aún no era posible una memoria miserable,
y tu espíritu se elevaba y se expandía
con la sola incandescencia del verano, de la risa y de la libertad
8 comentarios:
Pues muchas felicidades, ¡ya era hora! =D
Miguel, amigo, me tento el poro ese segundo poema...
un abrazo desértico y de marina sal.
Mire nada más cuánto ha crecido, niño. Por cierto, a usted no lo menciono Yohana Jaramillo.
Has crecido mucho en todos aspectos, has alcanzado tus metas y has hecho realidad muchos de tus planes, felicidades ojos bellos!
Felicidades primo!!! Ya sé que yo ni en cuenta con la familia, pero precisamente por eso recientemente me voy enterando de tu talento.
Saludos
Natalia G.
Qué ondas! De igual modo un gusto encontrarte en este sitio de coincidencias poéticas. Tambièn un gusto ver la transformación de tu escritura en un producto más evolucionado y sólido.
Saludos cordiales
Felicidades por tus logros, eres talentosisimo. Ojala y aun te acuerdes de mi. Saludos.
Saludos Joven señor Gaona,mucho éxito por siempre, muy bien merecido.
Publicar un comentario