11 junio 2008

Javier Taboada


















mencionado por
Zazil Alaíde Collins
Feli Dávalos

menciona a
Rubén Bonifaz Nuño
David Huerta
Alí Chumacero
Zazil Alaíde Collins
Feli Dávalos



bio-bibliografía

Javier Taboada (Ciudad de México, 1982). Licenciado en Letras Clásicas por la UNAM. Traductor de líricos griegos, especialmente de los lesbios Safo y Alceo. Profesor de literatura en el norte de la ciudad. Ha publicado en distintas revistas del país.



poética

La imagen.

¿Creo que es todo no?



poemas



Un collar para Harmonía


Un ojo como contorno de escama
se alarga hasta encontrar a su párpado hermano:
De bífidas lenguas, por la estoma ligadas,
dos serpientes. Son el collar que portas,
que esplende cual dátil de oliva mojado
entre argénteos hilos
y florecillas de pólipos y albas pupas
de escitas piedras y tracias.

Es tu regalo nupcial,
riñón de sifilítico chancho,
manirrota águila de mal agüero,
que algún dios ha traído a nuestra mesa,
para que tu eterna juventud bajo mi pecho brille
y tu perlada semisonrisa y los almendros,
para que sobre tu blanca orilla, siempre niña,
se deslice, de mi zampoña, el estro.

Harmonía: hemos sido maldecidos;
el don es irreversible mancha,
y apostrofado, el fármaco andará errante
(la emparedada angustia,
la pasión desojada,
el vino fratricida)
de muérdago exiliado,
hasta la gota última de nuestros hijos.
Pero seguirás siendo joven. Y mía.

¿Acaso el Tonante o la Discordia,
o el cojo del sacro monte lanzado?
¿Acaso sólo somos una gota que cae
en el platillo del cótabo divino?

Calla, Cadmo.
Y tú, desnuda hoz del tiempo, acuéstate conmigo.
Las pieles frías de las serpientes giran en su metal duro.
Ahora, de eso olvidados,
mojemos nuestros nombres de tu humedecido.
Y unidos como tu collar,
condenados los venideros,
sea el indisculpable beso
nuestro hodierno auriga a los Elíseos.



***

Thetis y Peleo



a Frida Méndez.


Nereida, la hija de un dios:
Las caracolas arrobadas te escuchaban
cantar desde la gruta de tu marmóreo pecho
ruborizada por helénicas copas.

Virgen de labios con la espina dorada,
en los ríos miles de anémonas
jugaban con la lira que eras
y, velados peces que por tu cuerpo se encendían,
en secreto, los dioses te deseaban.
Tú eras al amor ajena.
Entre las gotas, libre del fugaz humo,
aún doncella, los Felices
el cristal roto y la argolla enhebraban.

Con hórrido ceño dos divinos hermanos
por la cópula nupcial se debatían:
¿quién habría tu multiforme efigie
a cuerpo y senos y talle de diosa trocar?
Dos Cronidas de pontos divididos
los tres oros de la suerte echaron
sobre la ignorada Pythia. Y en su vacío la ora:
Alalá, alalá, que de los nutridos por la tierra,
preciado bronce, Peleo, saqueador y homicida,
a la multiforme hija de Nereo posea”.

Y, diadema de oro, ni mujer de hombre
o por mortal sexo cautiva, no quisiste
de la inmortal gloria ser usurpada.

Huída al río, te siguió, ávido de kýdos, el hombre.
E ignoto y durmiente, te soñó:
Un león de incendiadas espaldas,
una llama de rizos de hacha,
una cobra voraz y fría.
Y sus oídos sonámbulos siguieron
los rastros oscuros de tu piel atigrada.

Bajo los prístinos dígitos de Eos, te halló en la gruta:
te bañabas de ungüentos, hálito de concha meliflua,
luminosa de flancos en tu definitiva forma
símil a mujer, de femeninas agujas terminada.
Y resplandeció el ojo de fúrico rocío,
ante la estatua humedecida.
Por la carne llevado, te ciñó en el laberinto último de sus brazos,
y el abrazo cimbró la paz de uras y estalactitas.

Y recordó Peleo el consejo del centauro:
“Nada temas de sus múltiples formas”.
Y el guerrero se aferró de duro mandibular,
de insondable eternidad adquirida.
Y tú, asqueada de la humana arca,
mil cuerpos tomaste, si es que lograbas,
desasirlo, contra los dioses, de tus rodillas.
Y te convertiste en el león que él soñaba,
y en ardiente flama
y en curveada cobra erguida entre las flores acuáticas.

Cansada de figuras, sobre los hombros del hombre
cayó el tallo de flor humillada.
Peleo, febril, tu ínclito cuerpo
recostó sobre la ribera.

Y cuando los doce ojos divinos duplicados
una celestial bóveda en la caverna blandían,
Peleo te soltó el casto cinto.
Y los dedos de Apolo tañían, del laúd,
las heptalinguales cuerdas doradas.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Por fin encuentro en la página alguien que no habla sobre sus mocos o sobre lo que pensó estando mariguano (y que a nadie le importa) o que esconde en el verso libre su incapacidad poética. Alguien que usa figuras y que dan ganas de releerlo. Chido por los poemas.

Aarón González

Anónimo dijo...

Que las imágenes prevalezcan, señorito Taboada...porque "ser es ser percibido". Luego postea algo de la etapa no-griega, también, ¿no? Un abrazo.

feligrés dijo...

jabón, un abrazo. qué solaz leerte de nuevo. y sí, sí, yo soy el de los mocos.

Javier Taboada dijo...

Feli: quiubo carnal! milagrazo también. no te preocupes: los mocos van y vienen. los comentarios así sobran, gente mala-leche; qué raro. luego un café, ¿no? vale.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
francisco g dijo...

oraaaaleee contigo kawn. Saludos aun q te veo diario jeje

Luciérnaga de lúgubres lugares dijo...

No sé el facebook, pero aquí te encontré.